jueves, 27 de agosto de 2015

El hombre que soñaba con un boeing 787

Es ese período del mes de julio que hace de Alicante un lugar insoportable; aquel  momento del verano  en el  que el centro de la ciudad ha emigrado  a su apartamento de playa en  San Juan o el Campello. Por las calles solo pulula una clase obrera maldecida  por cuarenta grados a la sombra, y turistas desesperados por encontrar una heladería que les permita aguantar  el calor.

Los ejecutivos andan desaforados porque desean volver a casa.  Uno de ellos se quita la chaqueta de trabajo, se remanga la camisa y se desabrocha la corbata entre rebufos. Ya llega la hora de comer.   No se ven muchos turistas extranjeros. De vez en cuando los camareros de los cafés salen a la terraza, empapados en sudor, a comprobar si los  pocos parroquianos que quedan desean algo más.
La administración también echa las persianas. Del edificio de la diputación de Alicante ya no se ve salir ningún  coche oficial, y los agentes de policía que lo protegen cambian el turno a sus compañeros.  Estoy sentado en un banco situado cerca del edificio provincial leyendo En el Camino, de Jack Kerouac. Al lado hay un individuo. Su rostro recuerda al de Josef Stalin. Poblado bigote y ojos rasgados.  Lleva unas sandalias de dedo, los pies hinchados y la ropa un tanto huraña. Consigo lleva una bolsa en la que guarda utensilios de aseo. El individuo  se dirige  a mí y me enseña un papel.

-Toma. Lee esto.

Echo un vistazo. Se trata de un recorte de la Revista Magazine.  Lo leo. Es un reportaje titulado Vincent estuvo aquí, escrito por Felip Vivanco.

Valerio M. Natural de Rumanía. Lleva 4 años viviendo en España. Tiene 55 años. Durante la era Ceacuscu, trabajaba en una empresa estatal montando motores, pero con la caída del comunismo, marcharía al bloque Occidental a buscar trabajo. Ha viajado a distintos países. Portugal, Francia, Grecia...  Ahora sin embargo, ese sueño por tener una vida mejor se ha truncado con la crisis.  Desde que llegó a España,  el  desempleo lo ha  obligado a mendigar y a dormir en las incómodas bancadas de la  estación de autobús de Alicante. 

Valerio muestra  su profusa  cultura haciendo una lista de los pintores del impresionismo y el postimpresionismo. Me habla de música y literatura.  Uno no se explica por qué una persona con tantos conocimientos no está ocupando un puesto en un instituto o cazando recompensas en los concursos de la tele tipo Saber y ganar. 

-Tiene mucha cultura por lo que veo.

-Me gusta leer. Cualquier escrito  que veo; un recorte de revista, un libro…  me sirve.

-Ha dicho que es de Rumania. Supongo que usted vivió durante el gobierno de Ceacuscu, ¿cómo fue para usted  aquella época?

-No me gustó.  Todo el mundo tenía acceso a la vivienda, porque  eran más baratas y los precios los regulaba el Estado, pero había mucha escasez. Tú aquí puedes tener una tablet o un móvil. Allí era impensable que una persona pudiera tener en sus manos discos de los Rolling, teléfonos móviles, o coches de lujo... Mira ese Mercedes. Bonito, ¿verdad?
Valerio señala un Mercedes  que pasa cerca de nosotros.

-Sin embargo ahora duerme en  la calle. ¿Prefiere estar así?

-Sí, aquí si pides comida te pueden dar algo. Mira, una señora me lo ha dado esta mañana- saca de su bolsa una bandeja con ciruelas. ¿Quieres? 

-No muchas gracias.

-¿Por qué? Están buenas.

Valerio insiste. Cojo una, y mientras las comemos seguimos con la conversación.

-Allí no podías tener lo que quisieras.

-¿Usted es de izquierdas o derechas?

-De derechas. Viví el comunismo y esa  época y no me gustó. Había mucha represión si protestabas.  Y a nivel tecnológico todo era un desastre. La empresa en la que trabajaba, la compró más tarde una corporación Sueca  después de caer Ceacuscu , entonces los productos mejoraron su calidad y la producción aumentó.

Valerio insiste en ese amor por las tecnologías. Se deja cautivar por las nuevas generaciones de smartphones que salen al mercado. Me cuenta que en Rumanía trabajaba construyendo motores de neveras en una empresa estatal, empresa que le ayudó a desarrollar su profesión de  electricista.

-Con los conocimientos que tiene ¿cómo es que no ha encontrando trabajo en España?

-Porque no hay, y a mi edad es más difícil que me contraten. Yo les digo, “hablo 4 idiomas”, pero parece que eso no les interesa, además, el hecho de dormir en la calle no parece gustarle a las empresas.

-¿Y no tiene nadie que le ayude?

-Estuve en Madrid con mi pareja, pero al no encontrar empleo me tuve que ir, porque no quería  suponerle una carga.  Se llama Conchita. Ahora está fuera de España.
Valerio enseña con su móvil una foto de su ex pareja, una española que por condiciones laborales tuvo que marchar a Alemania a ganarse la vida.

-¿Y cómo consigue vivir en la calle?

-Siempre suelo conseguir comida por algún lado. Toma otra ciruela.

-No, muchas gracias, no quiero abusar.

-¡Qué no abusas! Me espeta Valerio mientras me encarama la bandeja en el brazo.

-Bueno. Pero déjeme compartir con usted este bocadillo de atún. ¿Le gusta el atún?
Saco de mi bolsa de viaje un bocadillo. Lo parto  en dos y ofrezco un trozo a Valerio. Lo mastica con ansia. 

-Tiene los pies muy hinchados, Valerio.

-Eso es de andar todo el día. Pero bueno, antes de dormir suelo darme un masaje para aliviarme el dolor.

-¡Qué lástima! Yo es que le quería pedir si le apetecía dar una vuelta por la ciudad, pero si le cuesta andar...

-Claro. Vamos. Estoy harto de estar sentado.

Andamos por las calles de Alicante. Nos dirigimos hacia el Corte Inglés de la Avenida Maisonave. El Sol parece haberla tomado con la ciudad, pero menos mal que en el Corte Inglés hay aire acondicionado.

-Suelo ir aquí porque allí leo las portadas de las revistas y los periódicos, y me puedo enterar de lo que pasa. Además me entretengo viendo los productos que hay.

-¿Y hace esto todos los días?

-Sí, después trato de buscar algo de comer por ahí, y luego voy a la estación de autobuses. La gente suele ser generosa.

Antes de llegar al centro comercial, nos encontramos con una compañera de Valerio. Permanece sentada en una acera escondida en la techumbre de uno de los grandes edificios del centro de la ciudad. No puede andar. Sus pies, como los de Valerio también están muy hinchados.

-¿Cómo estás? Pregunta Valerio.

-Bien, pero me duelen mucho los pies. 

-¿Has comido algo?

-No. Todavía.

-Toma. Para que te compres algo.

Valerio saca de su bolsillo dos euros.  La mujer besa las manos de Valerio como muestra de 
agradecimiento.

-Valerio, ¿cómo ha podido ser capaz de darle dinero si ni siquiera tiene para usted?

-¿Has visto a esa señora? Bastante tenía con tener los pies como los tiene y no haber comido nada. A ella le hace más falta que a mí.

-¿Y la gente que vive en la calle suele ser como usted?

En la calle hay mucho cabrón. Nunca te fíes de nadie. Entre ellos no existe la  generosidad. Yo he llegado a ayudarles, pero luego no te dan nada.  Pero a esta señora la conozco y sé que es buena. Ella un día, si me hace falta algo sé que me ayudará.

Llegamos al centro comercial. Se puede notar el contraste entre el calor de la calle y el frío del aire acondicionado.  Todo está lleno de gente. De las cafeterías del Corte Inglés resuena el tintineo de las tazas y el sonido chirriante de las máquinas de café. El olor a bollería se mezcla con el de los artículos expuestos en las estanterías. Todo huele a nuevo.  La ropa, las maletas, los libros. Ese olor que se desvanece con el paso del tiempo cuando los objetos forman parte del mobiliario de cada uno.  El cambio de olores se da sobre todo cuando llegamos a la sección de belleza.  Los perfumes  y los maquillajes se mezclan, y dan un toque dulzón al ambiente.  Hacia nosotros se aproxima una chica , y nos ofrece una muestra de un perfume de Dolce Gabana.

-¿Quieren probar?

Valerio se  muestra galante con la chica.

-Sí, por favor. 

La empleada rocía un poco de perfume en su muñeca.

-Me encanta Dolce Gabana. Si tuviera dinero lo compraba. ¿Sabes que eres muy guapa?

La chica se incómoda con las palabras de Valerio.  No sabe que decir. Se dirige a mí para obviarlo.

-Está a mitad de precio.

-Lo siento, no tenemos dinero. Quizá en otra ocasión, intervengo.

Continuamos nuestra marcha rumbo a la sección de ropa de caballero. Una de las dependientas nos pregunta si buscamos algo. Tiene el pelo muy cardado. Negro, ojos azules, y  muy alta.  Valerio se dirige  a ella con su galantería.

-Perdona, ¿ese pelo es de verdad?

La chica extrañada ríe.

-Sí.

-No me lo creo. No me creo que eso sea tuyo. Qué salvaje lo tienes. ¿Puedo tocarlo?

La dependienta desconcertada permite que Valerio ponga la mano sobre la cabeza de la chica.

-Qué suave. Sí que es verdad. Es tuyo. Yo pensaba que llevabas una peluca.

-Pues es mío. ¿De verdad que no andan buscando nada? Dice la chica guardando su profesionalidad.

-Bueno, nos vamos. Me has parecido muy guapa. Espero volver a verte.

La chica se despide de nosotros amablemente.

-Valerio, veo que es muy atrevido con las mujeres.

-Me gusta hablar y mantener una conversación con ellas. No entiendo a los jóvenes de ahora, que para ligar tienen que emborracharse.  Parece que no les gusta hablar.  Con lo bonito que es charlar sin la necesidad de aprovecharse cuando están borrachas. Hasta para follar.  Yo disfruto mejor un polvo cuando voy sobrio.

Continuamos subiendo hasta la sección de electrodomésticos. Como un niño en un parque de atracciones Valerio se lo pasa en grande jugueteando con los aparatos. La sección recuerda a uno de esos edificios futuristas que salen en las películas. El color blanco Makingtosh predomina en toda la sala.  El lugar está repleto de verdaderas maravillas tecnológicas. Radios, Ipods, ordenadores. Todos ellos de última generación.

-Mira qué maravilla esa tablet.

El centro comercial ofrece  a los clientes la posibilidad de probar los electrodomésticos antes de comprarlos. Nos acercamos a unos de esos mostradores y utilizamos una de las tabletas de muestra.

-Te quiero enseñar algo. Métete en internet y en el buscador de youtube  escribe “dreamliner 787”.
Seleccionamos el primer video que aparece en el motor de búsqueda. Se trata de un video promocional de un avión Boeing.  

-Este es un nuevo prototipo de avión capaz de volar en vertical sin necesidad de coger carrerilla para despegar.  Es increíble lo que puede llegar a hacer el hombre. Hemos sido capaces de construir un motor con suficiente fuerza para despegar en vertical. Mira esas tablets, y los móviles. Cada vez sacan un nuevo modelo mejor. Si hemos podido hacer todo esto, qué podremos hacer de aquí a unos años.

Me enseña un teléfono de diseño inalámbrico.

-Qué preciosidad… Expresa Valerio con expectación.

-Vamos a descansar un rato.

Salimos del Corte Inglés. La puerta mecánica se abre dejando pasar la flama alicantina que nos da de frente. El frío del aire acondicionado se desvanece. Otra vez volvemos a estar en la calle, condenados por el insoportable Sol de julio. Nos sentamos en un banco frente al centro comercial.  Valerio y yo hablamos de mujeres. Cada mujer que pasa se queda observándola y me repite lo guapa que es.  De vez en cuando no puede evitarlo y en mitad de la conversación da una cabezada y se queda dormido.

Se despierta sobresaltado.

-Perdona si me duermo. Entre el calor y que no he dormido bien y estoy cansado.

Reposamos un tiempo en el banco, y cuando Valerio se siente con más fuerzas seguimos nuestro camino. Hacemos tiempo antes de poder coger el último tren que va a Cartagena, mi lugar de destino.  Valerio me acompaña hasta la estación de Luceros.

Caminamos como podemos. No siento los pies, y no quiero imaginar cómo los debe tener Valerio, que además de hinchados como una bota, camina con sandalias.  Tampoco podemos demorarnos mucho, porque falta media hora para que llegue el tren. Vamos parando la marcha. Mientras caminamos seguimos conversando

-¿Esta noche qué va  a comer?

-No lo sé. Ya veré qué hago.

-Intente pedir aunque sea una hamburguesa del McDonalds.

-No. Eso no es alimento. Voy  al Mercadona e intento conseguir pavo y pan de molde que por lo menos  me da para varios días.

Llegamos a la estación de Alicante. En la entrada una voz avisa a Valerio. Se trata de Manuel, un compatriota suyo que también dormía en la calle. Entre ellos empiezan a hablar en rumano. Según me cuenta Valerio, Manuel  había perdido un billete de autobús para Rumanía en el que se había gastado  todos los ahorros.  La empresa por su parte,  no podía proporcionarle otro.  

-Ahora está todo informatizado, digo yo que deberían tener todos los registros de los billetes que venden por si el cliente lo pierde.  Me dice Valerio indignado.

Ambos se despiden. Valerio le desea mucha suerte a Manuel.  Faltan 10 minutos para que el tren a Cartagena llegue. Mientras tanto nos sentamos en uno de los asientos.

-Si viene el guardia de seguridad, di que voy contigo, porque aquí me conocen ya. Si me ven contigo no me dicen nada. 

A Valerio alguna que otra vez lo han expulsado cuando intentaba dormir entre los bancos de la estación. 

-Valerio, ¿cómo se vive esa incertidumbre de no saber qué comer, o dónde dormir o preguntarse qué pasará mañana?

-Al final no te queda otra que acostumbrarte. Es lo único que puedes hacer. Procuro no aburrirme. Hoy por ejemplo he estado contigo. ¿Mañana? No lo sé.

-Toma. Extiende la mano.

Le doy un euro cincuenta,  lo único que en aquel momento tenía en la cartera además de mi billete de tren destino a Cartagena.

-Para que esta noche puedas comer pavo y pan de molde aunque sea.

Valerio me da las gracias, y me sonríe.

El tren hace rato que ha llegado. Nos hemos entretenido hablando Un suspiro más y lo pierdo. Llegamos a la cinta de equipajes. El guardia de seguridad me avisa de que estoy a punto de perderlo. Valerio me ayuda con el equipaje.  Nos despedimos deseándonos mucha suerte;  a mí, por tener futuro en mi carrera profesional, y yo a   él porque pronto encuentre trabajo, y por lo menos tenga la oportunidad de despegar raudo y veloz,  como aquel Boeing dreamliner 787 que tanto le entusiasmaba. 



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