sábado, 15 de agosto de 2015

Partida de chinchón en el Raval d'Elx

Angelita vive en la planta baja de una casa que hace esquina en el Raval de Elche. La mujer lleva gastados ochenta y seis calendarios, viuda y antigua "llauraora" del Camp d'Elx. Desde hace treinta primaveras Angelita acoge en su casa a un grupo de amigas de su quinta para agotar las horas vespertinas jugando al julepe o al chinchón.
Rosa Antón, una de las compañeras de este casino doméstico elige este sitio para jugar porque "está muy cerca de casa, la compañía es buena, gasto muy poco y me entretengo", dice.

Las seis de la tarde. Tres señoras. Dos de ellas cumplen con el ritual lúdico de todos los días. Mientras, la tercera descansa en una mecedora tapizada con una funda de flores. La habitación es una sala de estar decorada con cierto aire retrospectivo: cubiertas de ganchillo, flores de plástico, retratos de niños de primera comunión y cortinas de ajuar. Un gran ventanal ilumina toda la estancia, pero la vista cansada de las señoras necesita reposar con la ayuda de una lámpara de techo. Sus rostros se iluminan dejando ver en sus frentes el paso de los años. Un tapete azul corona la mesa donde Angelita y Rosa apuestan sus veinte céntimos diarios al chinchón.

Angelita reparte las cartas y da comienzo la partida. "Mira, yo, bola", dice ella, "yo tres", responde su compañera. Angelita gana la mano, saca su viejo monedero y guarda su premio. Seguidamente, un ronquido de la tercera mujer irrumpe en el juego. Las dos señoras la miran durante un instante. "Xe, i quin ronquit", añade Angelita. La dormilona es Ángela. Tiene 94 años y la costumbre de echar una cabezada cuando el grupo de amigas se reúne. Su propio ronquido la despierta, mira hacia los lados y vuelve a caer en las garras de Morfeo. Angelita ríe y apunta el tanto. Esta vez le toca barajar a Rosa.

Así son las tardes para este grupo de vecinos del Raval de Elche. De vez en cuando, la propietaria del inmueble invita a sus amigos a una merendola. La sala de estar también se convierte en un lugar de tertulia donde los vecinos charlan sobre la cotidianidad del día, los recuerdos de una niñez marcada por el hambre y la miseria, y las cicatrices de una azada gastada por el esfuerzo de largos años de trabajo, pero también por las coplas de Juanito Valderrama, el olor a tierra mojada y la voz ronca después de noches de fiesta entonando la tradicional canción ilicitana "Venim de la mar". La casa de Angelita está abierta a todos. "Aquí, honradamente, entra todo el mundo", expresa.

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